16.1.12

Un sueño dificultoso en una noche de verano.

I- Acumula nuevas lecturas sobre la mesita de luz: un diccionario de botánica, que descarta por su peso y su letra pequeña; un manual de horticultor, que descarta porque sí; se decide por una novela que trascurre en un rascacielos de 40 pisos y mil departamentos y no puede dejar de situar la escena en la torres cercanas a su domicilio. Esas que cada vez que sale al patio se imponen, esas que fotografía muchas veces desde que un día aparecieron detrás de la ventana donde toma mates y fantasea.

II- Antes de subir los libros al dormitorio, escribió una carta, una declaración, un descargo, una alegato del enojo perpetuado sobre un ropero viejo, grande y en mal estado que ocupa su living desde hace dos años y su casa desde hace diez.
    Señaló, punto por punto, las molestias que ocasionaba el mueble.

III- Leyó sobre la hostilidad de los personajes del rascacielos y pensó en su vecina de la propiedad horizontal: un día la saluda, otro no, un día le dice: “corazón, neni o querida” y otro ensaya un hola a secas. Y se durmió.
    A las dos horas aproximadamente, su hija adolescente, que no perdía la costumbre de acostarse con ella, la besó dos veces, le tocó la cara, le preguntó si tenía frío y le cambió de almohada.
     Le costó un poco volver a conciliar el sueño.



V- Se levantó cansada, con los ojos más hinchados que de costumbre. Verificó que la carta había sido leída. No había respuesta. No la habría.
    Tomó mates, miró la planta de palta que se deshidrataba bajo el sol de enero. No miró las torres.
    Subió al dormitorio y le alcanzó unos antibióticos a su hija. Al fin los últimos dos que curarían una angina. Al fin, el final de esa dependencia horaria que insumen los antibióticos.

VI-     Todo el rato se preguntó porqué estaba tan cansada. Se preguntaba qué había soñado pero no conseguía alcanzar su inconciente, no lograba la operación de llevar al conciente su trabajo.
Ya a esta altura de su vida sabía que el cansancio estaba relacionado con sus sueños. Porque lo que en apariencias era en ella una capacidad envidiable para dormir, en realidad era trabajo. Sí, ella en sus sueños trabajaba. Sí, era una inversión de la productividad: dormía para producir.

VII- Entre mate y mate leyó en el diario: “Finalmente, la sonda rusa cayó en el pacífico”. ¡Eso había estado haciendo en sueños! ¡Teledirigiendo la sonda rusa! Aunque, claro,  no imaginó que fuera a caer exactamente en el pacífico: primero, la imaginó arrasando las torres, esas cercanas a su domicilio; después, la imaginó sobre el departamento de su vecina; después, en su propia casa destruyendo el viejo ropero, pero se dio cuenta que también la destruiría a ella, y a su hija y a su marido - que no perdían la costumbre de besarla mientras ella dormía, o mejor dicho, trabajaba- . Entonces, toda la noche dirigió la sonda rusa (aunque no supiera muy bien qué era y aunque ya había caído en horas de la tarde) hacia el campo, un campo abierto, un campo conocido, donde no lastimaría a nadie.
    Fue un sueño dificultoso.