10.8.07

¿cuánto crees que hay ahí?

Para Nolly
Ayer se fue para siempre la persona que me introdujo en el lenguaje. Si es como dice Lacan que hay una determinación del sujeto por el lenguaje y citando una de sus frases más conocidas: el “inconsciente es el discurso del Otro”. Nos constituimos a partir del discurso de los Otros… Cuentan los Otros – mi madre- que mi padre molesto porque yo tenía cuatro años y no hablaba, me dijo que se iría de viaje unos días y que si cuando volviera no hablaba me tenía que ir de casa. Parece ser que Nolly se apiadó de mi destino y me sentó arriba de su mesa y me hizo repetir con ella: mi nombre, donde vivía, papá, mamá … y así aprendí las primeras palabras a una edad tardía. Nolly me llevaba a la pasarela del tren todas las tardes de mi infancia, de ahí que adoro ver pasar el tren, la bocina del tren, las estaciones de trenes. “Negra, si fueras blanca”- me decía- “¿¡Qué hacés arriba del tapial!?”. Tapial que separaba su casa de la mía. Nolly me enseñó muchas cosas. Me enseñó todas cosas que tienen que ver con lo femenino: que me maquille, que vaya a la peluquería. Me enseñó a tomar café después de comer y que un cigarrillito de vez en cuando no hace nada. Me parece que la veo sentada sola fumando un cigarrillo importado, largo, blanco y con colilla de flores lilas, meciéndose en un sillón. Tenía una mesa llena de ceniceros de bronce que se desarmaban y me hacía adivinar cuantos eran en total. “¿Cuántos ceniceros crees que hay?”, me preguntaba. Y siempre eran muchos más de los que yo creía: una flor eran cinco ceniceros, una tortuga eran dos o tres y siempre aparecían otros nuevos en su colección. La última vez que la ví sacó sus alhajas y me prestó unos aros y una cartera para que los lleve puestos el día del casamiento de mi hermano, fiesta a la que decidió no ir. Ya no quería salir de su casa. También me regaló un par de sandalias blancas de cuero italiano, que están esperando un buen momento para que me suba a ellas. Ayer se fue Nolly y hace unas semanas mi abuelito, personas que me han marcado mucho en vida. El único temor que tengo cuando las personas queridas se van es no poder recordar como me llamaban, con sus voces, con sus timbres, con sus tonos de voz. Afortunadamente mi memoria no me juega malas pasadas en ese punto y puedo quedarme en silencio y con los ojos bien abiertos verlos sonrientes y escuchar que pronuncian mi nombre. “¿Cuánto crees que hay ahí?”. Me resulta un recurso impresionante, ¿cuánto hay más allá de lo que está a simple vista?, ¿cuánto hay en una imagen, en un gesto?. Cuánto hay cuando Lore dice: “te estamos esperando”, cuánto cuando Fer dice: “Gorda, ¿dónde estás?”, cuánto hay cuándo Laura dice: “Quedate con las llaves”, cuánto hay cuando Luci dice: “Ceci querida”, cuánto hay cuando Sol me espera a cenar, cuánto hay cuando en un día saturado de trabajo Pao dice: “Quedate tranquila; yo lo hago”, cuánto hay en un “maaammiiii” interminable de Emma, cuánto hay en un Manu: “Nena, reíte más”, cuánto hay en un abrazo de mis padres, cuánto hay en un Mariano y Mariela: “Pasá por casa”, cuánto hay cuando Cris me espera con flores a la salida del trabajo, cuanto hay en un Diego: “Fijate cual te gusta” y cuánto cuando Caro se engancha en mis proyectos. Hay mucho más, siempre. Como con los ceniceros, hay muchas más posibilidades de las que están a simple vista. Ya nos lo enseñó Fernando Flores hace más de una década: las conversaciones abren nuevos mundos, las organizaciones son una red de conversaciones, lo que hacemos juntos todos los días cuando tenemos conversaciones es abrir nuevas posibilidades. Este post está dedicado a quien me enseñó a hablar, a tener conversaciones, a preguntarme cuánto crees que hay y a ver que siempre hay muchas más y nuevas posibilidades. Y a los amigos y seres queridos, por supuesto.